Por Edgar Jorge Rodríguez Alánez

viernes, 2 de septiembre de 2016

Los caminantes a Cala Cala

Los caminantes a Cala Cala

Apenas el calendario entra a terminar agosto, en el recreo, en las esquinas del barrio,

hablan y deciden caminar la distancia que va desde Oruro a Cala Cala. Organizan la

caminata y averiguan, invitan a un guía que ya haya caminado, preguntan los

pormenores, preguntan los peligros, pero sobre todo preguntan la aventura y saborean

ya la caminata. Con la idea en la cabeza los caminantes organizan los grupos, de cuanto

cuesta retornar, el precio del apicito de la mañana, de la comida del medio día, de que

llevar, de cómo comportarse, mientras el calendario deshoja ya septiembre, los

caminantes fijan el día, a partir del 14 de septiembre día de la fiesta del señor de

Lagunas y los fines de semana que siguen.

Cada día que pasa se cierne sobre los caminantes problemas que parecen quebrar su

voluntad. El permiso de los padres, si es hombre no existe mucho problema con la

promesa de no caer en las redes del alcohol. Si son damas los obstáculos se hacen

mayores y las exigencias de que tal o cual amiga deberá estar entre las compañeras de

caminata o la obligación ineludible de llevar a la hermana menor. Del dinero que no

tendrán, del incremento de tareas de casa, de los porque quieren ir, se vuelven

cotidianos. Los berrinches de las exigencias hacen tregua, se vuelven peleas de

disimulo, protocolo y diplomacia entre padres e hijos.

El tiempo ha llegado, la hora de partida empieza con las sombras de la noche, los unos

más temprano de la medianoche, para un campito en el templo, otros más tarde de la

medianoche, para otros el tiempo justo para llegar cuando el alba deslumbre. Apenas

caminan, ven al frente y atrás, buscan algún posible delator, un pacto de silencio se

cierne entre ellos mientras las volutas de humo se funden con las sombras. La noche se

hace jirones de sombras tachonadas de argenta plata, en algunas de esas noches invitan

a la nieve que cubra con su manto blanco el campo y los caminantes. Algunos más

avezados, esperan embriagarse, no saben que entre la inocencia de la primera vez se

oculta un terrible fantasma que puede volverlos para siempre inútiles, en tanto no saben

quieren que el espíritu del vino les refresque las pequeñas alegrías, les llore sus penas y

aliente sus ilusiones.

Los caminos, arduos, se hacen encrucijadas, se hacen paradas y con el paso se

consumen las horas de peregrino. El camino de polvo y guijarros de ayer se ha hecho

sierpe negra que culebrea y reluce su lomo de asfalto. Los pies están cansados, sus ojos

miran sombras y siluetas, sus bocas hablan de lo más fatuo y nimio a trascendentales,

existenciales. A vanguardia van y vienen, el grueso camina y de cuando en cuando

deciden parar, los rezagados son esperados, los que no pueden más son ayudados y

saben quién va delante, quien detrás, quien puede ayudar y quien no, los caminantes

caminan y caminan y la piedra puede partirse en mil pedazos si osa ponerse al frente, y

en su animo el camino se vuelve un tendal de mieles para la alforja de la vida.

No ha despuntado el alba, la noche negra de sombras escucha los ruidos, bullicio

constante de gentes que arriban al Templo de Cala Cala. Caminantes que siguen a

caminantes, caminantes que llegan hasta la nave del templo donde se encuentra el Señor

de Lagunas. Repleto de gentes se encuentra el camino hasta el altar, los unos orando,

los otros dormitando en el bullicio al amparo de la cruz. Las velas se encienden adentro

y afuera del templo. Los más salen del templo para hacerse lugar en el frío del pueblo.

Arrimados a una pared encienden alguna fogata, arrimados en un pequeño círculo,

hablan de las peripecias del camino, gozan, admiran la valentía, condenan la cobardía,

se sientes dueños de lo acontecido, se sienten vivos, se sienten entrar con su juventud al

mundo de los adultos, ahítos de vida esperan que el sol rompa los tules de sombra de la

noche. Los pies, de algunos, llagados, el cuerpo jadeante todavía, miran y miran

siluetas, las siluetas pierden sus tules de sombras aguijoneados por los rayos del sol,

recobran su rostro, y se reconocen los peregrinos en el mar de gentes como hermanos.

Ellos tienen los años imberbes, ellas apenas empieza a ser tierra fértil. Los de más edad

piensan en ellas y ellas en ellos y se miran y se reconocen en el camino, en el pueblo y

su mirada tiene el futuro de dos, la ilusión de dos. Caminaron los caminos que otros

caminaron como si fuera la primera vez, como si fuera los primeros en ollar ese camino.

Camina caminante, peregrino, que a tu espalda no sea tan pesada tu cruz, que los

maderos todavía los lleva el Señor de Lagunas.

La Paz, 5 de septiembre de 2012

Edgar Jorge Rodríguez Alánez

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