Por Edgar Jorge Rodríguez Alánez

martes, 2 de agosto de 2011

Chaupi p’unchayipi tutayarka

No acabo de leer los artículos del libro escrito por Carlos Medinaceli, Chaupi

p’unchayipi tutayarka, pero siento la necesidad de compartir impresiones de lo

leído. Esta colección de escritos, parecen sentencias que hubiesen sido escritos

ahora, como si fuera un fresco libro salido de la editorial de los amigos del libro,

publicado en 1978 y escrito hace casi ya un siglo.

Chaupi p’unchayipi tutayarka, denota “el miedo de continuar analizando” una

generación que ha fracasado, “la vida nacional, donde casi todas las cosas

quedan a medio hacerse y el destino de los hombres no llegan a realizarse

plenamente, jamás”.

También el miedo viene cuando analizamos la generación nuestra, aquella que no

llegó a nada y quedo vapuleada por sus propias veleidades o simplemente porque

no comprendimos a tiempo lo que debíamos realizar o no tener el conocimiento

del instrumental que poseíamos.

De la generación mía, aquella que libró en el colegio y la universidad, se quebró

en la rutina o le quebraron en la copia, ni siquiera en conseguir adecuar a las

condiciones locales el avance incontenible de la ciencia. Mucho de lo hecho

en forma esporádica, en forma de chacota, sin la disciplina científica, hoy día

se nos viene en novedades de primer mundo, la primera generación de las

computadoras, no llegó siquiera a un virus que pueda llegar a páginas de la

historia.

sociales y científicos sin meter la mano para llegar a conducir lo equivocado

de esos años, con la autoridad científica, pero también con la autoridad de una

generación que debía realizar los mayores empeños de una nueva Bolivia.

No he conocido mayores logros de los compañeros de la U, hasta ahora una

generación que se acabó en mitad del día. También es la generación que al no

reconocer la “chatura cominera de esta vida de pueblo oxidado de prejuicios

donde todo lo superior se desprecia, y todo lo grande se achica”

Si es cierto, que los notables de sociedad de Sucre que analiza Don Carlos

Medinaceli, puede muy bien homologarse a cada una de las generaciones de lo

que hoy es Bolivia, “la bancarrota de la vida boliviana reflejándose en sus mejores

Nos convertimos en simples coadyuvantes de los avatares históricos

hijos”.

Como dados lanzados al verde tapete, en un juego de dados marcados, así nos

lanzamos sin reconocernos que la unidad de la generación en busca de una

Bolivia. Pero los dados marcados se descubrieron. Lo doloroso de la soledad

después de la U, no es sólo atribuible a la vida personal de cada uno de nosotros,

es también, como dice el autor de Chaupi p’unchayipi tutayarkano, reconocer esa

chatura y levantarse por encima de ella, llevar a esa chatura a ver en el horizonte

el destino de un suelo prometido: Bolivia.

En el sentido de líneas arriba otro de los artículos del libro revela la crítica

ardiente, punzante, honesta de la situación boliviana en “Lagrimas indias, por

Alfredo Guillen Pinto”. Inquisidor del futuro preguntaba y sentenciaba: “ ¿por qué

íbamos a preocuparnos de remediar la miseria de la raza vencida, si ello sería

nuestra muerte?”, “preparamos nuestra derrota: ¿ a quién explotamos ya y de

quién vivimos?”, “…y somos en el fondo unos canallas que no creemos en nada

y ni tenemos patria, porque carecemos de sentimiento nacional y somos una raza

híbrida, dislocada, sin personalidad”, “Los bolivianos, en relación al indio, estamos

haciendo el papel del tutor pobre y vicioso que vive a costa del pupilo rico, que

no se ha dado cuenta de su fortuna” “A trabajar se dijo”. La crítica de la novela

no repara sólo en lo encomiable de la defensa de la justicia, cae implacable en

el estilo y la personalidad de la escritura, reclamando un estilo, un rumbo, una

literatura nacional. Allí en la crítica, lo hace con la condescendencia del maestro

que muestra los errores y vislumbra en lontananza el curso.

En otro artículo, “El sentimiento de la nostalgia y el alma ananké de la fugacidad

en el alma keswa” no deja lugar a comentarios cuando analiza versos de Oscar

Alfaro “ …estamos en nuestra tierra. Por eso pisamos fuerte.”

Si pisamos suelo boliviano, sin olvidarnos que existe Grecia, Egipto, etc. tan

antiguas y presentes en nuestro cotidiano, existe también las actuales como la

vista a New York o Miami hoy, ayer Paris, si pisamos el suelo boliviano entonces

podemos reclamar una personalidad, un estilo, una literatura nuestra. Y allí en

la crítica se debe ser implacable en el estilo, en la narración, en la gramática,

así como se debe apuntalar su valentía de decir lo que se sabe, lo que se cubre

debajo de una alfombra, donde tarde o temprano se acumulará la basura para

hacernos imposible la vida, para dejar lo importante sumiéndonos en lo urgente.

Leer la integridad del libro o en partes, sus artículos descubren al escritor que va

desde el ensayo, a la literatura, a la crítica y a la rigurosidad histórica. Seguir en

la escritura quedaría como niño frente a un dulce, olvidarnos lo que el libro quiere

en suma decir u orientar. Leerlo por parte de todos los creen que puede existir una

literatura nacional resulta ineludible.

Aquí cabe sin embargo decir como colofón, algunas puntualizaciones. Un

eclipse no significa que el día ha acabado ni hay noche tan larga que no

tenga un amanecer. La generación nuestra en solitario puede no ser más que

desgarraduras destellantes en las sombras. En conjunto aunando esfuerzos, se

llegará a prorrumpir en un incendio que pueda alumbrar el camino de una Bolivia.

La fuerza de esa luz no puede sino alumbrar los derroteros nuevos, los ríos que

llegan al mar no lo hacen sino con la fuerza de los tributarios que van juntando su

fuerza, y asemeja su voz en estruendos, dejando al paso cualquier obstáculo. Si

no queda, como dice el libro, otro camino que trabajar, la hora del día no interesa.

Escuchamos una voz que dice: manaraj tutayusunchu, kawari, seguimos en mitad

del día.

Nota.- Hace ya como un mes que los Almaraz, los Prada, los Molina el debate

que prosigue en varios contextos. Cada quién en márgenes de distintos ríos,

su estruendo ya se escucha, los obstáculos tambalean dejándose llevar por su

corriente. Algunas plumas tomaron la virulencia de sus años juveniles en Oruro

(Molina). Otras han dejado de dar loas y creer en mesías (Almaraz, Prada). Otras

todavía duermen aletargados. La llamada del Tambor Vargas reclamando una

Patria resuena en suelo boliviano. Es cierto, el día no ha terminado.

Nota.- Todos festejamos con triunfos y derrotas, frente al adversario, Salud.

La Paz, 2 de julio de 2011

Edgar Jorge Rodríguez Alánez

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